Me he comprado un móvil nuevo, alta gama, tecnología punta, no sólo hace unas fotos estupendas sino que además se oye mejor que cualquier cadena musical, veo mis películas en alta definición y además me mantiene en contacto con amigos y familiares.
Por supuesto que me ha costado un dineral, pero merece la pena ¿no?… al menos eso creía hasta que justo cuando ha expirado la garantía prescrita por el fabricante mi super móvil comienza a fallar, se calienta en exceso, la pantalla se bloquea, la batería se agota a los pocos minutos de uso pese a estar completamente cargada….no me queda más opción que enviarlo al servicio técnico, comienza así una sucesión de idas y venidas que finalmente acaba con la consabida frase de «lo mejor sería que se comprase uno nuevo”…¿os suena la situación?
Móviles, impresoras, frigoríficos…¿cuántas veces hemos llevado un electrodoméstico a un servicio técnico para que al final nos digan que nos saldría más barato comprar uno nuevo que repararlo?
Este hecho tan cotidiano tiene su origen en un concepto conocido como Obsolescencia Tecnológica Programada.
La obsolescencia programada es la programación del fin de la vida útil de un producto de manera que, tras un período de tiempo calculado con antelación (normalmente en la fase de diseño) este se vuelve inservible por diversos procedimientos; El objetivo de la obsolescencia no es crear productos de calidad, sino exclusivamente el lucro económico, no teniéndose en cuenta las necesidades de los consumidores, ni las repercusiones medioambientales.
El origen de este concepto se remonta a 1932 en una iniciativa para luchar contra la Gran Depresión a costa del bolsillo de los consumidores, llegándose incluso a intentar que fuera de cumplimiento obligatorio mediante una ley (hecho que afortunadamente no sucedió).
En definitiva, tras este nombre tan técnico, lo único que se oculta es una práctica empresarial ampliamente extendida que consiste en la reducción deliberada de la vida de un producto para incrementar su consumo, esto conlleva no solamente un gasto al consumidor sino además un impacto directo sobre el medio ambiente cuyas repercusiones estamos empezando ahora a valorar.
Cada año se generan en todo el mundo más de 40 millones de toneladas de residuos eléctricos, conocidos como chatarra electrónica de las cuales solo una pequeña parte (en torno al 15,5% en 2014) se recicla con métodos eficaces y seguros desde el punto de vista medioambiental.
De acuerdo con Achim Steiner, director ejecutivo del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el mal manejo de este tipo de basura genera cada día mayores daños a la salud y deterioro del medio ambiente.
Los expertos afirman que, si no se reciclan adecuadamente, los seres humanos y el medio ambiente estarán expuestos a agentes cancerígenos y gases tóxicos procedentes de los productos obsoletos que se desechan en los vertederos de todo el mundo y que contaminan el suelo, el agua y el aire.
Podéis leer mas sobre el tema en el siguiente artículo de elconfidencial
¿No hay nada que podamos hacer?
Afortunadamente son cada día más las personas que toman conciencia de esta situación y están tomando medidas para frenarla, entre otras muchas podemos destacar las siguientes.
La ONG Amigos de la Tierra ha acuñado el concepto “alargasciencia” y le ha dado vida con un “directorio en el que recogen establecimientos que reparan y recuperan objetos.
La fundación Feniss (Fundación Energía para la Innovación Sostenible Sin Obsolescencia Programada) ha creado el sello ISSOP para empresas y organizaciones.
Un teléfono móvil, el Fairphone, abanderado sin duda alguna de este movimiento antiobsolescente, un móvil que se puede actualizar y reparar de manera sencilla sustituyendo sólo las partes necesarias.
Tu opinión nos importa.
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